Escuchar canciones está muy bien, es genial; pero cantarlas es completamente diferente. Podemos sentir como nace la música de nuestro cuerpo, compartimos el genio del autor, y a un nivel emocional profundo somos el creador. Esa es la función trascendental indiscutible del arte.
Peter Brook decía que una obra de Shakespeare está hecha de una sola frase. Cuando cantamos una canción también tenemos que llegar a hacerlo como si fuese una sola frase ininterrumpida, porque en lo fluido, en el continuo, se esconde la verdad de la interpretación de un texto.
“Cantar, cantar, cantar…Entonar el canto que no nos enseñaron. La resonancia interior que se escapa entre los labios y a la que damos formas de palabras como si fueran besos.”

Las canciones poseen la capacidad de pensar y sentir por nosotros, de pensar y sentir mejor que lo que podríamos pensar y sentir nosotros. Al cantarlas, se adueñan de nuestra persona por completo sin que nos demos cuenta. Las canciones se convierten en parábolas personales. Lo formulado adquiere entidad propia. Y este efecto es concreto; arraiga firmemente en nuestro interior en un momento de la vida perfectamente reconocible. La música conserva nuestros sentimientos mejor que cualquier otra cosa.

Cuando cantamos el cuerpo le enseña a la mente, el canto le devuelve el alma al cuerpo.

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“Una canción, cuando se la canta y se la toca, adquiere cuerpo. Y lo hace tomando posesión por un momento de los cuerpos existentes. El cuerpo vertical del contrabajo mientras pulsan sus cuerdas, o el cuerpo de la armónica sostenida por un par de manos ahuecadas que flotan en el aire y picotean como un ave frente a una boca, o el torso del baterista cuando se balancea. Una y otra vez, la música se apodera del cuerpo del cantante. Y poco después del cuerpo del círculo de oyentes que, mientras escuchan y se mueven al compás de la canción, recuerdan y prevén. Una canción, a diferencia de los cuerpos de los que toma posesión, no está fija en el tiempo y el espacio. La canción narra una experiencia pasada. Cuando se la canta, llena el presente. Lo mismo hacen los cuentos. Pero las canciones tienen otra dimensión que es exclusiva de ellas. Mientras llena el presente, la canción espera llegar a un oído que escuche en algún futuro, en algún lugar. Se inclina hacia adelante, más y más. Sin la persistencia de esa esperanza, las canciones, creo yo, no existirían. Las canciones se inclinan hacia adelante. El tempo , el ritmo, los loops , las repeticiones de una canción construyen un refugio del fluir del tiempo lineal: un refugio en el que el futuro, el presente y el pasado pueden consolar, provocar, ironizar y darse mutua inspiración. Las canciones hacen referencia a un después y un regreso, a bienvenidas y despedidas. O, para decirlo de otra manera: las canciones se cantan a una ausencia. La ausencia es lo que las inspiró y de lo que tratan. Al mismo tiempo (y la frase “al mismo tiempo” adquiere un significado especial aquí), al compartir la canción, también se comparte la ausencia y entonces, ésta se vuelve menos aguda, menos solitaria, menos silenciosa. Y esta “reducción” de la ausencia original mientras se comparte la canción, o incluso durante el recuerdo de ese cantar, se experimenta de forma colectiva como algo triunfal. A veces un triunfo pequeño, a menudo uno encubierto.
Hemos dicho que una canción toma prestados los cuerpos físicos existentes para adquirir, mientras se la canta, un cuerpo propio. El cuerpo prestado puede ser el de un instrumento, el de un músico solista, el de un conjunto de músicos, el de un grupo de oyentes. Y la canción pasa de modo impredecible de un cuerpo prestado a otro. La canción se instala en el interior del cuerpo que toma prestado. Encuentra su lugar en las vísceras del cuerpo. En el parche de un tambor, en el vientre de un violín, en el torso o las entrañas del cantante y el oyente.
La esencia de las canciones no es ni vocal ni cerebral sino orgánica. Las seguimos para que nos envuelvan. Y es por eso que lo que ofrecen es distinto de lo que ofrece cualquier otro mensaje o forma de intercambio. Nos descubrimos dentro de un mensaje. El mundo impersonal, no cantado, queda afuera, del otro lado de una placenta. Todas las canciones, aun cuando su contenido o interpretación sean fuertemente masculinos, operan de un modo maternal. Las canciones conectan, recogen y reúnen. Aun cuando no se las cante, son puntos concomitantes de ensamblaje.” John Berger

Nuestro cuerpo guarda el secreto de nuestra voz.
Nuestra voz guarda el secreto de la música singular de cada uno de nosotros.
Esos secretos preciosos ¿por qué silenciarlos, por qué esconderlos?
Cantar nos los revela y los libera.

Cuando el lenguaje, nuestro instrumento de comunicación y expresión de nuestros deseos se convierte en objeto de disfrute y placer, aparece el canto.

“- Yo trabajo así: me traen un tema, estudio la letra, no la leo. Investigo el tema en profundidad; luego, creo en mi mente un paisaje, es decir, que diseño el escenario. Cuando ya tengo formado el paisaje, aprendo la letra de memoria. Si la aprendo antes de tener el paisaje, corro el riesgo de olvidar una palabra y perder toda la letra. Entonces, camino por el paisaje con toda naturalidad. Una vez creado el paisaje y la letra de memoria, aprendo la música. Y después agrego la música a la letra. He llegado a trabajar ocho meses un tango antes de estrenarlo.
– ¿Por qué en esa secuencia?
– Porque lo importante para el cantor es la letra; por algo tiene el don de la palabra. Tenemos la garganta, que es un instrumento de cuerda y viento, y el don de la palabra, que es el instrumento más perfecto. Y lleva tiempo aprender el significado de las letras, poder expresarlo.
– Eso implica conocer los personajes y sus emociones…
– Yo no sé cómo lo hacen los demás. Cuando yo canto una cosa de gauchos, soy un gaucho. Cuando canto algo de amor, soy un enamorado. Cuando entono un tema descriptivo, veo el paisaje. Cuando canto al dolor, sufro. Pero controlo las emociones. No tienen que posesionarse de las letras porque, entonces, anulan el razonamiento. Y si dejo de razonar, pasa cualquier cosa.” Edmundo Rivero

Adivino…
“Adivino cómo se sienten las personas, cómo son, no por lo que dicen sino por cómo suenan. Soy capaz de sentir las trabas y los ritmos quebrados del nerviosismo, los saltos de tono propios de quien no está a gusto, la tensión en las cuerdas vocales que marca el desacuerdo. También puedo reconocer los sonidos asociados con la buena salud: el tono uniforme de la confianza en uno mismo, el tono melodioso y hondo de quien acepta un sentimiento profundo, el brioso galope del entusiasmo”.— Eva Hoffman, Extraña para mí.

Veo una voz…
«Cuando observamos a dos personas sordas hablando por señas sentimos que la seña tiene una cualidad festiva, un estilo completamente diferente del que tiene el habla. Los que hablan por señas tienden a improvisar, a jugar con las señas, a incorporar todo su humor, su imaginación, su personalidad, de manera que hablar por señas no es simplemente manipular símbolos de acuerdo con normas gramaticales, sino que es, irremisiblemente , la voz del que hace señas; una voz a la que se asigna una fuerza especial porque se expresa, de modo muy inmediato, con el cuerpo. Podemos tener o imaginar un habla desencarnada, pero no podemos tener seña desencarnada. El que habla por señas expresa continuamente cuando lo está haciendo, su cuerpo y su alma, su identidad humana única». — Oliver Sacks, Veo una voz.

La diferencia…
«…la voz es un espacio que escapa a toda ciencia, puesto que ninguna ciencia (fisiología, historia, estética, psicoanálisis) es capaz de agotar la voz; clasifiquemos, comentemos, histórica, sociológica, estética, técnicamente, la música: siempre quedará un residuo, un suplemento, un lapsus, algo no dicho que se designa a sí mismo: la voz. Este objeto siempre diferente ha sido situado por el psicoanálisis en la categoría de objetos del deseo (o de la repulsión): no existen voces neutras, y si por casualidad sobreviene esa neutralidad, esa blancura de la voz constituye un gran terror para nosotros, como si descubriéramos con espanto un mundo paralizado en el que hubiera muerto el deseo. Toda relación con una voz es por fuerza amorosa, y por ello es en la voz donde estalla la diferencia de la música, su obligación de evaluación, afirmación».— Roland Barthes

By Heart…
«El hombre no es el animal que posee el lenguaje, sino más bien el animal que esta privado de lenguaje y por eso debe recibirlo desde el exterior».— Giorgio Agamben
Hay en el trabajo del cantante un momento, al que por su humildad en comparación a la veleidad del sonido, del poder de la voz, no se le da la importancia que realmente tiene.
Es el momento de la memorización del texto. Memorizar nos lleva a una sabiduría que no sabíamos que teníamos. Transformamos en energía las palabras de otros, las hacemos propias y las volvemos de todos, llegamos a darles significados desconocidos, llegamos a estados subconscientes. En el trabajo de memorizar fielmente se filtran los sonidos como estados, los estados como sentidos.
Como dicen en inglés, memorizar, «by heart», o en francés, «par coeur». Con el corazón, por el corazón, de corazón.
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